sábado, 5 de junio de 2010

LOS OJOS DE LEE

Estoy recuperando una serie de grandes películas, una gran productora, un gran intérprete.

En realidad es como si las viese por primera vez pues, en algunas de ellas, sólo tengo un vago recuerdo de su emisión catódica allá por los 80.

Hasta no hace mucho sentía cierta pereza al pensar en recuperar títulos de la filmografía de la productora británica Hammer (excepción hecha con Kung fú contra los 7 vampiros de oro). Los vagos recuerdos no me animaban especialmente pero asistir a un pase de Drácula (Terence Fisher, 1958), en el Círculo de Bellas Artes, me enganchó de nuevo a tan tétrico festín.

Gracias a Terence Fisher (y a un más que aconsejable pack del mismo), que dirigió auténticas joyas para la casa, he caído en un auténtico torbellino de hemoglobina y he sido hipnotizado.

Sí, amigos. Los ojos de Christopher Lee, en esos planos a bocajarro, me tienen obsesionado y no paro de recuperar material.

Como un amnesico ocasional, pequeños flashbacks chisporrotean en mi memoria. Con la sensación de haber estado ya allí. De haber recorrido ese castillo, con la protección de la pequeña pantalla y la impunidad de la infancia.

Finalmente decir que mi mandíbula nos se ha repuesto del visionado de Drácula: Prince of Darkness y ese final tan agobiante. Nunca pensé que se podría matar así a un vampiro.

¿O no se puede?

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