martes, 29 de junio de 2010

VIEJOS CICLOS FORMATIVOS

No he sido universitario.

Nunca he estado matriculado en la universidad.
No vivo acomplejado ni orgulloso de ello.

Simplemente no siento, ni he sentido, hasta la fecha, deseo de hacerlo. Quizás lo haga algún día, si encuentro alguna carrera que me apasione (a estas edades moverse por menos no es concebible).
Aún así nunca he comulgado con esas mentes acomplejadas, que no complejas, que claman haber asistido a la universidad de la vida, que, según dicen, enseña más que ninguna.

Sí creo, en cambio, y, desde luego, desde el más absoluto y humilde desconocimiento del mundo docente, que estimular una mente joven con determinadas películas, discos o (más difícil, creo) libros, puede descubrir desconocidas aptitudes y mejorar actitudes.

El motivo de esta reflexión es David Gilmour. Padre de dos criaturas: Jesse, un adolescente desganado,mohíno y (sin saberlo) nihilista, y un fantástico libro.

El fantástico libro se llama Cine Club y narra una historia romántica y real, pero, desgraciadamente, poco común en forma, fondo y desenlace.

En sus páginas el autor narra cómo, harto de que su hijo faltara a clase y, siendo más que capaz, suspendiese, le ofrece, a modo de pipa de la paz, un trato. Dicho arreglo no es otro que el permiso para dejar el instituto, dormir todo el día, no trabajar y no pagar el alquiler.

A cambio, Jesse sólo se le pide que visione con su progenitor 3 películas a la semana. El progenitor, crítico de cine en paro, selecciona cada título en base al momento por el que pasa su relación y planifica, cuidadosamente, ciclos temáticos.

Contra todo pronóstico, pasan de las joyas del cine clásico a la serie Z (está bien, se quedan en la serie B) con una facilidad pasmosa.

Remarco que el libro es el reflejo de la experiencia real de Gilmour con su vástago y, como reflejo de esa realidad paterno-filial, está cargado de portazos, silencios, corazones rotos, alcohol, incomprensión adolescente y decepción paternal (o viceversa).

Aun así, supone una loable, no por ello menos arriesgada, iniciativa, especialmente en un mundo cargado de padres que "desconectan" a sus molestos hijos a base de consolas y ADSL.

Avanzando un paso más allá, y considerando lo explicado en el libro, me divierte pensar algo que, por otro lado, siempre he tenido bastante presente.

Mis profesores fueron damas y caballeros como Don Teódulo (sí, amigos, eran otros tiempos), Doña Fidentina, la Srta. Maruja y, años después, en edad de tutear, nombres como Salvador, Manolo o Jose.
Hicieron, creo, un buen trabajo y poseen mis respetos y algunos recuerdos que van del absurdo tardo-franquista a compartir discos, cena y noche.

Mis maestros, sin embargo, desde bien pequeño, han sido (orden inexacto y caótico) Springsteen, George Lucas, Elvis, Harold Lloyd, Chuck Berry, La Bola de Cristal, Sam Cooke, Dylan, Marvel y DC Cómics, Burning, Eduardo Mendoza, Ramones, Woody Allen, John Ford, Rufus Thomas, Nick Hornby, The Clash, Gene Vincent...
Tanto mis amigos como yo, a pesar de no entender entonces lo que decían (en lo musical), sabíamos que nos hablaban a nosotros. Nos daban clases magistrales de los fantástica o miserable que puede resultar la existencia, ayudándonos a crecer y despertando una curiosidad y un ansia que hoy, casi un cuarto de siglo después, sigue viva en nosotros.

Sigo, seguimos, apuntados a tan singular ciclo formativo, con clases nuevas o de repaso, y espero no graduarme.


Portada del dichoso libro (editado en bolsillo recientemente).

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